Papá, ¿por qué eres árbitro? (I)




Papá, ¿por qué eres árbitro?.

Qué pregunta, ¿no? A todos los que nos dedicamos a esto del arbitraje nos la han hecho, de un modo u otro, en alguna ocasión. Porque casi nadie de los que está metido en la adicción de éste deporte llega a entender las razones (si es que las hay) de por qué alguien decide en algún momento meterse en el campo en medio de dos equipos en lugar de jugar, que es lo que de verdad mola.

Creo que cada uno de nosotros daría una respuesta totalmente distinta de los motivos por los que empezó a arbitrar y de los motivos que tiene para cada fin de semana hacer la bolsa y saltar al campo para dirigir o arbitrar (no estoy seguro de si me gusta del todo alguna de éstas palabras; desde luego cualquiera mejor que la de “pitar”) un partido de rugby. Pero yo voy a daros los míos, porque son varios, que seguro que alguno identificará como propios y otros muchos pensarán: “menuda chorrada”.

Yo empecé en esto del rugby como muchos de mi generación (que es talludita ya): porque me encantaba ver el Cinco Naciones en la 2. Y también como muchos de mi generación, empecé tarde en esto; en la Universidad. La suerte para mí (y desgracia para mis padres) fue que el periodo estudiantil se alargó en demasía, lo que me permitió deleitarme en los fastuosos coliseos de Cantarranas y Paraninfo durante más años de los debidos. Pero esto es otra historia que dará para otro artículo completo.

Lo cierto es que fui jugador (y aún de vez en cuando, cuando mis obligaciones como árbitro me lo permiten, me juego algún que otro partido de veteranos) universitario y también jugué en un club. No era buen jugador, para qué negarlo, aunque mi dedicación me permitió incluso debutar y jugar algún que otro partido en Primera Nacional (cuando aún no existía la División de Honor B). Supongo que esto podrá sorprender a alguno, pero lo cierto es que los árbitros no crecen/crecemos de una mata. Como todo el mundo, lo normal es que hayamos jugado, unos más, otros menos, unos a más nivel, otros a menos, pero podría jurar que todos hemos pasado por similares trances deportivos. Desde luego, seguro que hay excepciones; pero son eso, excepciones.

En fin, yendo al grano. ¿Por qué empecé a arbitrar? Pues…por vergüenza.
Y esto desde luego que merece una explicación.
Como es habitual e
n casi todas las competiciones regionales que en el mundo son, la de Madrid no era una excepción y no era extraño que en cualquier partido, no se presentara árbitro (simplemente porque no había bastantes para todos los partidos). Y desde luego, todo el mundo quiere jugar y, desde luego, nadie quiere arbitrar. Así que, no se por qué motivo, me vi. impelido a ejercer de improvisado árbitro en un par de ocasiones. Esto podía haber quedado en mera anécdota, pues muchos son quienes en alguna ocasión se han visto en semejante trance pero, para suerte o desgracia, la cosa no terminó ahí.
Dado que los partidos se habían arbitrado, en esas ocasiones acudí a la sede de la FRM (inolvidable local de la Calle Barquillo) a entregar las actas junto con la correspondiente queja porque no había habido árbitro designado. Y, en la segunda o tercera ocasión en que manifesté mi disgusto y disconformidad, el entonces secretario de la Federación me soltó una frase lapidaria:
“Y tú, en vez de quejarte tanto, ¿por qué no haces algo por el rugby?”

Desde luego, no se si es el mejor motivo, pero lo cierto es que me sentó tan mal que decidí que sí, que por qué no, que ya que había empezado por “cuasi obligación”, que por qué no hacerlo por gusto. Total, por probar…
Así que les dije que bueno, que vale, que contaran conmigo. Por supuesto, como el 99 % de los jugadores de rugby, yo no había visto el Reglamento ni por las tapas, lo cual no fue óbice para que en esa misma temporada me designaran dos o tres partidos. En aquel entonces yo no sabía ni que se cobraba por arbitrar (la friolera de 600 pesetas por partido), ni que había un Comité de Arbitros, ni nada de nada. Eso sí, al finalizar la temporada me explicaron todo esto y al comenzar la siguiente decidí que iba a continuar. La verdad es que en aquellos momentos, estudiando en la Universidad, cualquier excusa para estar fuera de casa, haciendo deporte y vinculado al rugby, era buena y arbitrar era como casi cualquier otra. Así que me hice la licencia y comencé a ir a las reuniones que el Comité de Arbitros de Madrid realizaba los lunes en la Federación. Y a arbitrar cada semana, a la vez que continuaba jugando con mi club. El hecho es que el arbitrar no era por la calidad de los partidos que entonces me designaban: 3ª regional, cadetes, los partidos más flojos de la liga femenina…un horror, vamos. Pero como las cosas parecía que me iban saliendo bien (a lo que h
abría que sumar mi alto grado de ignorancia por entonces) pues yo seguía tan contento. Y a la vez, vi. que había todo un mundo más allá. Que había árbitros de Madrid que dirigían partidos buenos y otros que lo hacían en Nacional, en División de Honor…e incluso partidos internacionales. Pero todo aquello me parecía muy lejano; yo arbitraba lo que me designaban y me jugaba mi partidito semanal con mi club, que era lo que me importaba.
¿Qué fue lo que motivó el cambio de chip? Pues no lo tengo muy claro del todo; en primer lugar, creo que fue que a la siguiente temporada, alguien decidió que no lo hacía mal del todo y empecé a arbitrar en la Primera Regional de Madrid. Siempre es bueno para la autoestima que el trabajo te sea reconocido. Pero de todos modos, yo continuaba con mi doble trayectoria de jugador-árbitro.
Lo he pensado en varias ocasiones y la conclusión a la que he llegado es que el punto de inflexión fue un partido en concreto. Lo recuerdo perfectamente: Primera Regional, partido en Cantarranas entre dos de los “gallitos” de aquel momento: Majadahonda – CAU de Madrid. El partido lo ganó Majadahonda de dos o tres puntos, pero incluso los jugadores del CAU me felicitaron al término del encuentro. Los de Majadahonda también, eh. Hasta un compañero, jugador (del CAU y que estaba viendo el partido) y árbitro (ya veterano en esas lides por entonces) ¡me llamó a mi casa para darme la enhorabuena por el partido!
En aquel momento decidí (aunque en ese momento no era consciente) que quería ser árbitro. Y no os equivoquéis, no fue por el hecho de que me felicitaran más o menos (que también, supongo) sino por el hecho de que sí era consciente de que lo había hecho bien; que había ayudado a que un importante (en aquel momento el partido era el más importante para 31 personas) partido transcurriera con total normalidad y que los 31 (bueno, más o menos) disfrutáramos con el deporte que nos gusta.
Y fui consciente de que si lo había hecho una vez, podía hacerlo más.
Y es lo que he pretendido –y pretendo- cada vez que salgo al campo a dirigir –o arbitrar- un partido de rugby. Desde luego, unas veces con mayor éxito que otras. Pero todas con la misma intención.

Pero eso, también es otra historia.

1 comentario:

joparja dijo...

Es un articulo muy acertado, en el que se reflejan varios de los motivos por los que algunas personas se dedican a diferentes facetas, no tan agradables, de nuestro amado deporte el "RUGBY".

El árbitraje, al igual que el jugar, requiere de entrenamiento, estudio (el reglamento de juego no se aprende por ciencia infusa) y dedicación.